Uno, dos, tres, ¡tralla! Se repite la historia una vez más, el estallido salvaje que nos iluminó y sepultó la memoria de los chicos de las flores y los virtuosos de las telecaster, y al aburrido héroe que movía la noria del prog rock.
Es la espada furiosa que cortó las amarras y rasgó los vaqueros, un vertiginoso suma y sigue de palabras por minuto en uno, dos, tres acordes, canciones cortantes que acaban al empezar. Los Radiadores prueban sonido y les basta una canción. Vais a ver cosas que no podréis creer, descargas anfetamínicas y espacios que se achican. Esto es punk, no existen los héroes ni los mundos de leyenda, y la electricidad no es un adorno, es necesidad.
Tamarit y El Joven te disparan a los pies y siempre tienen munición, las guitarras se buscan y se separan y hacen trizas las canciones, provocan explosiones que nos atraviesan y nos mantienen vivos. Esto es punk y esto es la huerta.
Uno, dos, tres, ¡Metralla!, fuego a discreción desde los parches. No pares de moverte, no dejes de cantar, no alces la vista al cielo, hoy no hay luna que mirar, el fuego arde en tus ojos. Eres eléctrico, eléctrico, eléctrico. Doo doo doo wap. Domingo recupera en su bajo la lectura frenética de mil historias callejeras. Tamarit acelera, pisa a fondo, te cuenta la verdad de los bares y las calles. Esto es punk y es redención. Sucedió hace cincuenta años, nunca dejará de suceder.
Videos: Jorge Navarro, Julio Navarro Oncina, Juan J. Vicedo. Fotografías: José Francisco Montilla Orgilés.
Con el sol poniente filtrándose por las rendijas del telón, al sur el coliseo futbolístico, al norte un imponente edificio de vecinos aislado en la nada del campo de Murcia, y al este es de suponer que el Mediterráneo, salieron a escena IMMACULATE FOOLS. Kevin Weatherill es un caso de obstinada y amable resistencia a ser sol que se pone. Han pasado cuarenta años desde que los hermanos Weatherill y los hermanos Ross declararon que eran locos inmaculados, selectos y encantados, y ahí sigue ese señor bajito y sin pelo que en nada recuerda al que fue. Su música, sin embargo, nos sigue atrayendo como un imán, para convocarnos y que acudamos con una sonrisa basta el solo nombre de la banda que se ha mimetizado con él. En aquellos días de 1985 en Alicante todos teníamos una copia del disco en casa. El sábado al atardecer nos llegó un soplo de nostalgia y de pop bien facturado, canciones de las últimas hornadas acompañando a las de siempre. “Got Me by the Heart” apeló al sentimiento cuando la noche ya caía sobre la escena, y a partir de ese momento ya solo quedaba cantar con ellos, corear las canciones con que se despidieron, nunca para siempre. Nosotros, una vez más, éramos también locos inmaculados.
GIGOLO AUNTS son esos amigos entrañables que vienen de Boston a pasar unos días en la tierra del sol, se van y no los vuelves a ver en mucho tiempo, simpáticos muchachos que resulta que ya no son tan jóvenes, porque tienen tu edad y tú tampoco eres joven. Sus canciones son lo que te engaña, melodías perfectas que un día lejano grabaste en una cinta de casete que todavía anda por algún cajón en tu casa, que ha sobrevivido a mudanzas y amores y separaciones, que se alojan en tu corazón y son parte codificada del mensaje que podría explicar quién fuiste a los antropólogos que excavaran las ruinas de tu hogar. En tu Pompeya sonaría sin duda “Where I Find My Heaven”. Gigolo Aunts se despiden de los escenarios tras una vida de música, y Murcia es la última parada en suelo español, la última ocasión para escucharlos deconstruyendo “La chica de ayer”, que en sus manos deja de ser el himno de guateques que fue en su origen y crece con el poder de las guitarras, se hace adulta, abandona definitivamente su consistencia de caramelo de fresa y se convierte en el anti-himno de esta noche estrellada.
La noche se hace paréntesis con dEUS, palabra escrita contra toda regla ortográfica con la que se identifican unos seres venidos de la planicie belga que dicen hacer música experimental. Por los altavoces del Visor Fest suena una secuencia de propuestas que se parece a mover el dedo por el dial de la radio. Rock escrito del revés, funky étnico de alguna barriada europea, ruido rapeado con un horizonte difuso, o incluso la canción de cuna que hace soñar a las ovejas con paraísos de pasto, coctel ni mezclado ni agitado, experimento con gaseosa arty y esas coles pequeñitas que vienen del país de los belgas.
Los reyes de la noche son KULA SHAKER. Crispian Mills domina la escena, descarga en su guitarra la energía que parece imposible de encontrar a esas horas en que la temperatura baja y Júpiter se eleva hacia su cénit. Mills ejerce de catalizador en el vértice de los sucesos, Alonza Bevan encuentra en su bajo Rickenbaker los secretos del alma funk, Jay Darlington estremece en las pausas con texturas de luz, Paul Winterhart es la roca que destella y establece la cadencia en la que la música se hace grande.
No importa que llegaras a las siete de la tarde y sea la una de la madrugada, que haga frío y los pies ya no te sigan, estás ante los enviados de los dioses, los portadores de la antorcha de este cuarto año del Visor Fest, y un poderoso sonido que llega del infinito te agarra por los tobillos y te lanza hacia adelante, gotas de psicodelia brillan y se apagan, efluvios orientales te capturan. Govinda. Éxtasis. Kulasekhara.
Videos: Juan J. Vicedo y foto portada: Luis Pérez Contreras.
Se impone el silencio, el encantamiento, el hechizo, porque suena “As the Dawn Breaks” y el alba se apodera de tu espíritu, aunque solo sean las nueve y media de la noche. Solo porque Richard Hawley lo dice y su voz lo confirma, esa voz que es solo suya y no admite comparaciones, solo por ella rompe el alba. Ya te ha atado de pies y manos con la primera canción, ya le has entregado tu alma y sabes que puedes leer la suya, transparente en la melodía, cálida en la palabra. No le acompaña hoy su banda, solo Shez Sheridan, discretamente a su derecha, sentado, mago de las seis y las doce cuerdas, cómplice en la creación de emociones en esta velada acústica, y con ellos, hermanados por una vida en el camino, revives el espíritu de la fogatas en el country urbano con “Ashes on the Fire”, una carta echada al fuego. Estás en donde querrías estar siempre, pero el mundo existe ahí afuera, y él te lo recuerda antes de cantar esa canción descomunal que es “Tonight the Streets Are Ours”, que puede leerse de muchas maneras, que tiene las facetas de un diamante, pero que esta noche es sobre todo un alegato contra la manipulación política, esa que utiliza todos los recursos a su alcance, pero que nunca podrá ahogar la libertad personal, que jamás triunfará sobre el amor. Sin su ropaje orquestal que la habría lanzado hacia nosotros como un himno, la canción se convierte en la expresión de un sentimiento desnudo, en la fruta madura de la conciencia. ¿Somos realmente más sabios ahora, cuando somos más viejos?, se pregunta en la bellísima “’Tis Night”, y buscas un hombro en el que apoyar la cabeza mientras le escuchas. Hay un lugar secreto en mitad del escenario del que brota el misterio, y crees encontrarlo en la guitarra de Richard Hawley, en el pellizco de una cuerda, en el temblor carnal que rescata en ti un acorde. En “The Sea Calls” lo desconocido crece, la llamada del océano se siente. Las canciones, una tras otra, te desvelan el pasado, quién eras cuando las oíste por primera vez. Incluso “Prism in Jeans”, simplemente una canción, dice Hawley al presentarla, suena como un clásico, como si llevara con nosotros toda una vida, o varias.
No se puede entender a Hawley sin Sheffield, no se puede abarcar su obra sin la referencia al pasado industrial de la ciudad, a las fundiciones del acero en las que trabajaron su padre, su abuelo y otros familiares, obreros metalúrgicos y a la vez músicos. “Corrine, Corrina” supone un regreso a los años en que reunirse para tocar viejas canciones les devolvía la vitalidad que empeñaban en las largas jornadas laborales. Cómo me gustaría estar ahora con ellos cantando esta canción, confiesa, antes de añadir: pero entonces no estaría aquí con vosotros. Al cantarla una emoción serena trasciende la canción y la hermana con “Heavy Rain”, casi cien años más joven: incluso en el fin del mundo, sabes que pensaré en ti. Siempre hay sitio para el amor. Lo hay también en el rugido de “Standing in the Sky’s Edge”, que en Madrid y a dúo revela su corazón escondido, sustituye el latigazo eléctrico y el vértigo psicodélico por un robusto eco de guitarras que nacen del fondo del abismo social que existe aunque no lo veas. “Something Is”, una canción de sus inicios compuesta de camino al estudio, nos devuelve al amor y a su pérdida, a los trenes y las estaciones que aparecen de nuevo en “Precious Sight”, del mismo disco, aquel en el que en la portada Hawley, solitario, leía el periódico en el bar de Castle Market. Partidas y regresos, la vida. “Just Like the Rain”, es la vuelta a casa, y tiene el privilegio de conmover porque en ella la felicidad se alimenta de dolor y de tristeza. Está en lo más alto de su cancionero y del concierto, se palpa en ella la comunión del artista con su música y su vida, y de nosotros mismos con él, con los sentimientos compartidos. “Lady Solitude” representa la persecución de los sueños y nos lleva al final en otra cumbre, “Heart of Oak”, una última vuelta de tuerca que conecta con el pasado, con un tiempo ido de canciones y de seres queridos que ya no están, con la ciudad que fue Sheffield, la que pudo ser, la que es. Shez y yo somos europeos, ¡somos de Sheffield!, proclama con buen humor cuando lamenta el gran error del Brexit, la frontera política que castiga al arte, a la cultura. Hay que tener cuidado con lo que se vota.
Dos propinas, dos pequeñas maravillas. “For Your Lover Give Some Time”, regalo de cumpleaños a su mujer. En el preámbulo nos cuenta los pormenores, nos hace entrar en su casa. Cuando la canta, es necesario retirarse, guardar silencio sagrado, permanecer oculto, porque realmente estamos en su hogar y es un momento íntimo, están las velas encendidas y el vino y la cena. “My Little Treasures” es ya la despedida, la última enseñanza de un hombre que ha vivido mucho y que valora por encima de cualquier cosa la bondad, lo que nos hace humanos. Nuestra vida es mejor con música, amor y amabilidad. Eso y unas cervezas, nos recuerda. La melodía nos acaricia, la calidez de su voz sella la noche del lunes. Nos ha prometido volver con la banda al completo.
Juan J. Vicedo es autor del libro “Calles que fueron nuestras. El universo musical de Jarvis Cocker, Richard Hawley y Pulp” (Sílex Ediciones, 2019).
Fotos y Videos Ana Hortelano
Richard Hawley actuó en la Sala But, de Madrid, el lunes 23 de septiembre de 2024.